Tomado de: http://www.usccb.org/
Principios Generales
Leer Y Explicar La Palabra De Dios
Cuando se leen en la Iglesia las Sagradas Escrituras es Dios mismo quien habla a su pueblo, y Cristo, presente en su propia Palabra, quien anuncia la Buena Nueva. Por eso las lecturas de la Palabra de Dios que proporcionan a la Liturgia un elemento de grandísima importancia, deben ser escuchadas por todos con veneración. Y aunque la palabra divina, en las lecturas de la Sagrada Escritura, va dirigida a todos los hombres de todos los tiempos y está al alcance de su entendimiento, sin embargo, su eficacia aumenta con una explicación viva, es decir, con la homilía, que viene así a ser parte de la acción litúrgica.
Expresión Oral de Los Diferentes Textos
En los textos que el sacerdote o el diácono o el lector o todos han de pronunciar claramente y en voz alta, ésta responda a la índole del respectivo texto, según se trate de lectura, oración, advertencia, aclamación o canto litúrgico; téngase igualmente en cuanta la diversidad de celebración, y circunstancias de la asamblea. Otros criterios son la índole de las diversas lenguas y caracteres los pueblos.
Las Lecturas Bíblicas
En las lecturas se dispone la mesa de la Palabra de Dios a los fieles y se les abren los tesoros bíblicos. Se debe por lo tanto, respetar la disposición de las lecturas bíblicas, la cual pone de relieve la unidad de ambos Testamentos y de la historia de la salvación. No está permitido cambiar las lecturas y el salmo responsorial, que contienen la Palabra de Dios, por otros textos no bíblicos.
En la celebración de la Misa con el pueblo las lecturas se proclaman siempre desde el ambón.
El leer las lecturas, según la tradición, no es un oficio presidencial, sino ministerial. Por consiguiente las lecturas son proclamadas por un lector, el Evangelio en cambio viene leído por el diácono o, si está ausente, por otro sacerdote. Cuando falte el diácono u otro sacerdote, el mismo sacerdote celebrante leerá el Evangelio; y en ausencia de lectores idóneos, el sacerdote celebrante proclamará también las demás lecturas. Después de cada lectura, el que lee pronuncia la aclamación, a la cual el pueblo congregado responde rindiendo el honor a la Palabra de Dios recibida con fe y espíritu agradecido.
El lector ha sido instituido para hacer las lecturas de la Sagrada Escritura, excepto el Evangelio. Puede también proponer las intenciones de la oración universal y, cuando falta el salmista, decir el salmo entre las lecturas. En la celebración eucarística el lector tiene su propia función que debe ejercer por él mismo (IGMR 99), aun pudiendo estar presentes otros ministros ordenados.
En ausencia del lector instituido, para proclamar las lecturas de la Sagrada Escritura, se designarán otros laicos verdaderamente idóneos y cuidadosamente preparados para desempeñar este oficio, para que los fieles, por la escucha de las lecturas divinas, conciban en sus corazones un afecto suave y vivo a la Sagrada Escritura.